Capítulos de una historia de amor

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El vocablo mística proviene del verbo griego myen y de la palabra mysticos, que se refieren a lo cercano o misterioso, o a lo que tiene un significado encerrado. Según Leonardo Boff, «todas las cosas tienen su otro lado. Y captar el otro lado de las cosas es darse cuenta de que lo visible es parte de lo invisible […]. Misterio no es el límite del conocimiento. Es lo ilimitado del conocimiento […]. Mística no es, por tanto, pensar ‘‘sobre’’ Dios, sino sentir a Dios con todo el ser. Mística no es hablar ‘‘sobre’’ Dios, sino hablar a Dios y entrar en comunión con Dios. Vivir esta dimensión en lo cotidiano, es cultivar la mística».

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Descripción

El vocablo mística proviene del verbo griego myen y de la palabra mysticos, que se refieren a lo cercano o misterioso, o a lo que tiene un significado encerrado. Según Leonardo Boff, «todas las cosas tienen su otro lado. Y captar el otro lado de las cosas es darse cuenta de que lo visible es parte de lo invisible […]. Misterio no es el límite del conocimiento. Es lo ilimitado del conocimiento […]. Mística no es, por tanto, pensar ‘‘sobre’’ Dios, sino sentir a Dios con todo el ser. Mística no es hablar ‘‘sobre’’ Dios, sino hablar a Dios y entrar en comunión con Dios. Vivir esta dimensión en lo cotidiano, es cultivar la mística».
La mística es una experiencia religiosa profunda facilitada por Dios, por medio de la cual la persona percibe, por algún tiempo, la cercanía de Dios en un estado de quietud, paz interior y plenitud.
La historia de la mística es la historia del amor a Dios. El amor a Dios por él mismo, es un amor desinteresado, que encuentra en sí mismo su propia recompensa. La razón de amar a Dios es Dios mismo, la medida de amarlo, es amarlo sin medida. Una vez llevado a esta pureza de intención, el amor que el ser humano tiene por sí mismo no se opone más al de Dios, porque el ser humano ha vuelto a convertirse en imagen de Dios, se ha desposeído de sí mismo, constituyéndose en una verdadera deificación. Es por ello que, si Dios lo desea, el alma puede convertirse en su esposa, y el éxtasis es ese punto extremo de unión de voluntades, de coincidencia entre el amor humano y el divino.
Nosotros estamos acostumbrados a la «palabrería» que enturbia nuestras conciencias aun en la oración, pues pretendemos forzar a Dios para que nos escuche. Las enseñanzas místicas nos permiten recuperar el valor de la reflexión y el silencio aun en medio de los más diversos conflictos. «Si supiéramos escuchar a Dios, toda la vida sería una oración» (Michel Quoist).
Desde el punto de vista psicológico podría decirse que la meta final de la experiencia mística es la de hacer vivenciar a la persona otro mundo espiritual más allá del objetivo mediante un proceso de perfeccionamiento de los niveles de conciencia, ampliando experiencias, catalizando nuevas percepciones.

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