Jesús de Nazareth y el Reino de la Verdad

21,99

Colección: Libros de Ensayo
1a EDICIÓN: febrero, 2021

ISBN: 978-94-03615-31-8

DEPÓSITO LEGAL: AB 53-2021

Páginas 272
Ancho 14 cm  
Alto 22 cm
Precio: 21,99€ 
Sinopsis: 
En este ensayo y sin escribir poesía, Guillermo de Miguel es más poeta que nunca. Al estilo de los chamanes, que utilizan la repetición como herramienta para permitir que lo oculto salga a la luz, así nos conduce a través del judío revolucionario, el Jesús evangélico, o el que se encuentra en la mente de sus amigos de redes sociales. Los chamanes cantan poemas que describen viajes, propiciando así que estos se produzcan, porque en la repetición se transportan a otro mundo. Con la maestría del escritor de oficio que es, nos transporta por paisajes o tradiciones, nos sugiere escuchar libremente a Jesús, descubrir quien no fue, incluso tocarlo, si ese fuera nuestro deseo, para finalmente depositarnos en unas palabras de Benedicto XVI que se repiten a lo largo de los capítulos e invitan a resucitar a Jesús de forma valiente: «Hay una resurrección de Jesús en cada ser humano que lo busca y en cada uno que lo encuentra’’ 
Iglesias que pierden fieles y vocaciones, crisis de valores, enfrentamientos a causa de la religión o problemas globales que exigen soluciones globales. Frente a ello, anhelo, imaginación, curiosidad o compasión: ``El amor expandido a través de los principios de la política globalizada insertaría la verdad en el aquí y en el ahora y nos haría eternos´´ 
En su mejor libro hasta la fechaGuillermoun poeta profundamente religioso, nos invita a seguir buscando el Santo Grial «Cargando una cruz que no es de madera sino de algo tan inmaterial como la verdad´´. Disfruten de esta apasionante lectura, pero, antes de comenzar, háganse una pregunta que les invito a repetir una vez acabado el epílogo:
                                            
   Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?      Mc 8, 29
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Descripción

Prólogo 11
Capítulo Uno
En verdad os digo 17
Capítulo Dos
Perspectivas 29
Capítulo Tres
El rabino y su pueblo 57
Capítulo Cuatro
La pasión de Jesús 101
Capítulo Cinco
¿Resurrección? 125
Capítulo Seis
Parsifal y el santo grial 157
Capítulo Siete
El último, que luego sería el primero 173
Capítulo Ocho
El pescador de hombres entre redes #Instagram, Facebook & Twitter 191
Capítulo Nueve
El mito siempre es superior a la realidad 213
Capítulo Diez
Jesús en el Reino de la Verdad 231
Capítulo Once
Epílogo de un joven de veintiún años 253
En verdad os digo que tengo cincuenta y ocho años, y que he sobrevivido otros cuantos al Jesús crucificado de las sagradas escrituras, os digo así que soy un ciudadano occidental nacido y educado en el seno de la Europa nacida de la Ilustración, lo cual no ha de desmerecerse, como tampoco ha de dejarse a un lado mi pasión por el esoterismo, al que he dedicado décadas de mi vida. Razón y mística se aúnan en mí para afrontar esta fascinante aventura que me propongo recorrer con vosotros. En verdad os digo todo esto, pero os digo también que descreo bastante de lo que me han contado con respecto a Jesús de Nazaret, el ungido, y en verdad os razonaré por qué creo en un Jesús al que prefiero ubicar, no en el reino de los cielos, sino en el reino de la verdad. A mi entender, la verdad es el verdadero espacio tiempo de Jesús.
Jesús de Nazaret, el primogénito, vive desde hace más dos mil años manteniendo intacta su última edad, es un pescador de hombres retenido  en las redes del tiempo, pero no sabe que soy cristiano. Ni siquiera sabe lo que es el cristianismo. Si Pablo de Tarso pudiera explicárselo, Jesús se llevaría una gran sorpresa, pero se sorprendería mucho más si yo le dijera que no he podido elegir otra cosa. Soy cristiano, ciertamente, pero a título de bautismo. En mí, la confirmación poco prueba de mis convicciones más profundas. Sin embargo, hace mucho que me gustaría saber quién fue Jesús. Bien es verdad que no practico el rito y que, como muchos de los ciudadanos que vivimos en el siglo XXI, me he convertido en un espiritualista sin religión formal al que, no obstante, la figura de Jesús le atrae enormemente. Profeso hacia él una admiración rayana en el amor, la pasión palpita más en mí que la religión de mis mayores, pero se trata de una pasión humana que no rehúye, sino que busca el encuentro con la verdad. Aunque lo que yo crea resulta prescindible, creo que Jesús fue un rabino muy sabio, y, para qué negarlo, me gustaría además que fuera esenio y que hubiera sido ese ser profético y bello del que dan cuenta los testimonios que tenemos, entre ellos, por supuesto, los cinematográficos. Le he visto en el cine, he leído lo que han escrito diferentes autores religiosos y no religiosos, cada uno desde su perspectiva científica, espiritual, artística, religiosa o intelectual, y, lo más importante, le he sentido en mi interior, pero no creo que ninguna religión ni ninguna doctrina científica o ninguna otra especulación pueda contenerle en su plenitud o que, en definitiva, alguien pueda contarnos quién fue. Hace tiempo que andamos perdidos, ni la religión ni la civilización ilustrada pueden acoger enteramente al humano en que nos hemos convertido cada uno de nosotros. Jesús, sí puede.
Hace algunos años se me ocurrió comenzar un libro de andanzas que contase la vida de un Jesús resucitado por Lázaro en el siglo XXI. La historia comenzaba en la California de las secoyas gigantes, lugar donde Lázaro acabó tras más de dos mil años cargando con el cuerpo de su maestro. Consiguió resucitarle inyectándole una dosis de un antídoto que la viuda de un condenado a muerte le había proporcionado en trueque por el santo sudario. Si Jesús resucitó a Lázaro, y si luego Lázaro resucitó a Jesús en aquel breve relato de ficción ideado por mí, creo que ha llegado el momento de resucitarle en la vida real. Lamentablemente, en el aquí y en el ahora no hay otra posible resurrección que la literaria del ensayo. Si el tiempo de Jesús es la eternidad, uno de sus espacios puede ser la literatura.
Admirar la figura de Jesús no conlleva necesariamente aceptar que era hijo de dios, lo cual, por otra parte, y para aclaración, no quiere decir tampoco que los que creen que Jesús era hijo del dios que nos han contado estén menos acertados que los que no lo creemos. A los de mi palo nos es muy difícil conocer quién fue Jesús, me refiero a su naturaleza y a su esencia, pero también a lo que significó en el contexto de su época. He procurado mirar a Jesús desde diferentes perspectivas, incluyendo a alguien tan relevante como Benedicto XVI –“La vida de Jesús”– o a Jacob Neusner, un rabino norteamericano al que un buen día se le ocurrió escribir un relato muy original titulado “Un rabino habla con Jesús”.  En el libro, Neusner, gran admirador de la figura de Jesús, viaja en el tiempo imaginándose un diálogo con él el día del sermón de la montaña. Este viaje imaginario de Jacob Neusner tiene por objeto explicarle por qué no puede seguirle a pesar de que le admira profundamente. Entre el Papa Benedicto y Jacob Neusner media un abismo religioso (o quizás no tanto como en principio pudiera aparecer), pero quizás desde el vacío de ese abismo podamos saber si Jesús era cristiano o judío. Mejor aún, quizás lanzándonos al abismo podamos averiguar qué hubiera elegido ser Jesús si hubiera podido optar entre el cristianismo y el judaísmo.
Jesús de Nazaret, es la gran figura de la historia de la humanidad, al menos de nuestra civilización. Es el primogénito de dios y, por ello, el ungido. Mas ¿qué hemos de entender cuando decimos que Jesús era el primogénito? Para millones de personas que profesan el cristianismo, la condición de primogénito se relaciona con ser el hijo de dios, alguien único de quien solo cabe entender que encarnó el espíritu divino. El más allá, entonces, nos invitaría a considerar una geografía celeste donde se desarrolla esa suerte de vida que transforma la muerte en una eternidad en la gloria del Padre. Jesús, tuvo que experimentar un gran sufrimiento en servicio de la humanidad para alcanzar la vida eterna, expresión esta última que en el arameo de la época no significaba, sin embargo, la vida del más allá. El primogénito, lo sería desde la condición de hijo único, alguien irrepetible, hijo definitivo y expresión única del Padre, un ejemplo a seguir para atravesar la muerte con dignidad.

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